Una repleta plaza de la Catedral aplaudió y lloró el último hálito de Isabel que pone fin a la leyenda La nueva escena ‘Crónica de una muerte’ aportó un contrapunto cómico a las celebraciones.

«¡Pero qué bien se muere esta chica! Da gusto verla morir». Fuera de contexto, exclamaciones como esta no dejarían de ser chocantes, pero con el tiempo detenido en el siglo XIII y en una plaza de la Catedral abarrotada para ver la escena final del drama de los Amantes todo cobra sentido. «Sí, es raro que un cortejo fúnebre y la muerte de dos jóvenes se convierta en toda una fiesta, pero la recreación es tan bonita…», valoraban algunos de los espectadores congregados ayer.

Como dicta la leyenda, el cadáver de un Diego -«frío como la escarcha»- fue paseado en parihuelas por las calles del centro histórico. Después, mientras sus familiares lloraban junto al cuerpo desconsolados apareció una misteriosa mujer ensotanada que, tras descubrirse el rostro, resultó ser Isabel. Temerosa, caminando dubitativa y con las manos trémulas, en el momento en el que la joven de los Segura decide dar a Diego el beso que le negó en vida, da su último hálito y cae también desplomada sobre el féretro.

La representación de esta escena acaso sea la de mayor simbolismo de todas las que se pudieron ver durante el fin de semana. Apenas hay diálogos, los silencios son más elocuentes y los gestos ganan en afección. Tras el fugaz beso y la pirueta mortal de Isabel, la plaza arranca en aplausos y, entre los espectadores de las primeras filas, se asoma más de una lágrima. Especialmente emotivo -a juzgar por el enrojecimiento del lacrimal- es el momento en el que las madres de los Amantes juntan las manos ya inertes de sus hijos, cuya leyenda se hace inmortal.

Además, el que hasta el momento era ‘el malo de la película’, don Pedro de Azagra, muestra su faceta más humana y pronuncia un discurso conciliador. El hermano bastardo del Señor de Albarracín reconoce que Isabel nunca ha sido suya y que «no debe ser enterrada en la cripta de los Azagra», sino descansar junto al cuerpo de Diego -a quien incluso entrega su alianza matrimonial- y permanecer así para siempre. Un par de tonadas, oraciones murmuradas en latín y tristes melodías de gaitas acompañan al cortejo en el que los tambores también juegan un papel protagonista. «La vida es extraña: las mismas campanas que anteayer anunciaban un feliz casamiento hoy repican funestas para el sepelio», afirma el obispo encargado de los funerales.

Cotilleos ‘de luxe’

Como novedad este año, y con una doble función -hacer más amena la espera y quitar hierro a la tragedia- se ha introducido una pequeña escena que convenció al público congregado a los pies de la Catedral. Se trata de la ‘Crónica de una muerte’, en la que una docena de personajes de la villa -capitaneados por los mártires franciscanos Juan de Perugia y Pedro de Sassoferrato- especulan y divagan sobre la extraña muerte de Diego de Marcilla «sin herida ni sangre ninguna».

Aunque todos y cada uno de los participantes dicen desconfiar de rumores y no atender a secretos de alcoba, nada tardan en enzarzarse en la discusión sobre quién yace en el lecho de quién, sobre si Isabel ha conocido varón y, de forma más trascendente y menos mundana, sobre si puede morirse de pena. «Es imposible morir de amor -dicen-, ¿no será que el joven de los Marcilla hubiera caído por un cólico o, acaso, de ‘mal de moral’?», se preguntan, antes de concluir que «en el querer no hay ciencia escrita».

Fuente: Heraldo

Fecha: 21/02/2011