El proceso de la traída de aguas a Teruel está indisolublemente unido a la construcción del Acueducto de Los Arcos por el ingeniero francés Pierres Vedel (Bedel, según algunos documentos), terminada en 1538 y que situó a la ciudad mudéjar a la vanguardia española con una de las obras más destacadas del Renacimiento en España. Esa infraestructura dio servicio durante casi cuatro siglos, quedándose obsoleta y revelándose insuficiente a finales del XIX, cuando los nuevos tiempos exigían que los ciudadanos comenzaran a disponer de agua corriente para beber, cocinar y combatir la suciedad y la enfermedad.

En ese punto arranca Tras la memoria del agua. Abastecimiento y usos en la ciudad de Teruel (1879-1951), una obra de análisis histórico y crítico escrita por Fernando Burillo y Ana Ubé y editada por el Instituto de Estudios Turolenses que aborda las luces y las sombras que vivió el Teruel del cambio de siglo durante el proceso de la moderna gestión del agua potable.

La obra forma parte de la colección Monografías Turolenses y se encuadra dentro de un estudio más amplio y ambicioso que están llevando a cabo ambos autores sobre la historia contemporánea de la ciudad de Teruel, y que tendrá su próxima entrega en un nuevo volumen dedicado a la Dictadura de Primo de Rivera y la Segunda República (1923-1936).

Cronológicamente, el estudio sobre la gestión moderna del agua potable comprende diferentes periodos muy diferentes entre sí, ya que engloba desde la Restauración hasta el final de la posguerra, pero Ubé y Burillo decidieron dedicar una obra en exclusiva a este fenómeno por la extraordinaria trascendencia que alcanzó en la vida cotidiana de Teruel, que el día de Reyes de 1931 dejó por fin de ser la única capital de provincia española sin acceso al agua corriente potable. De hecho ese proceso, a través de las páginas de Tras la memoria del agua, no solo permite asomarse a las viviendas turolenses de la época para comprender la evolución de la higiene privada o del salto cualitativo en la calidad de vida de las personas, especialmente de las mujeres, que eran las encargadas tradicionalmente de acarrear el agua en tinajas hasta sus casas; sino también conocer los entresijos de la gestión municipal o de los sistemas políticos de la Restauración, la Dictadura de Primo de Rivera, de la Segunda República y de los primeros años del Franquismo, que legislaron de forma abundante y no siempre acertada para tratar de garantizar el acceso a uno de los recursos indispensables para el desarrollo de una comunidad. Como señalan los autores del libro, el propio José Borrajo, político republicano turolense, ironizaba en 1917, durante la celebración del séptimo centenario de la Leyenda de los Amantes de Teruel, indicando que Teruel no tenía una leyenda sino dos: la de los Amantes y la de la traída de las aguas.

Según Ana Ubé y Fernando Burillo, “al menos desde mediados del siglo XIX el agua suministrada por el acueducto de Vedel”, que daba servicio a las fuentes urbanas, “ya no era potable, y solo se empleaba para la limpieza personal y doméstica o para el riego”. El agua para beber o cocinar era suministrada por aguadores, que cargando cubas y cántaros en carros y burros transportaban el recurso desde fuentes naturales como la de los Chorros, frente a la iglesia de San Francisco, Atarazanas o Fuente Cerrada, entre otras.

El libro señala además que, a diferencia de cualquiera de los pueblos de la provincia, “el Ayuntamiento nunca se dignó a construir un lavadero público”,  lo que junto a “los abrevaderos urbanos para animales y los mingitorios (por supuesto masculinos), entonces denominados kioscos de necesidad”, generaba  enormes problemas de higiene pública y privada, en los que el estudio se detiene particularmente.

 Como explica el estudio, la primera opción que se planteó para traer agua potable a Teruel fue la posibilidad de hacer un pantano en la zona de los estrechos del Arquillo de San Blas, denominado del Aguán por el nombre de los terrenos que inundaba, elevando las aguas y trayéndolas por gravedad hasta la ciudad de Teruel. Una opción más económica que se barajaba era tomarla desde la acequia de la Peña, a los pies del barrio del Pinar, e impulsarla mecánicamente hasta el depósito que habría de construirse junto al cementerio.

Al iniciarse el siglo XX se cambia de criterio y se piensa ahora en extraerla de los manantiales primero de Concud y luego de Caudé, al considerarse más pura que la aportada por la acequia del río Guadalaviar. “La indecisión atenazó al ayuntamiento y no resolver el dilema se tradujo en decenios de planes, proyectos e ideas pero, en definitiva, ninguna realización”.

Siendo ya Teruel la única capital española sin agua corriente, esta situación de bloqueo “y de inutilidad político-administrativa”, matizan los autores, se desatascó “desde la iniciativa particular del ingeniero José Torán, que en 1929, al frente de su poderosa empresa Pavimentos Asfálticos, presentó ante el Ayuntamiento un proyecto de ingeniería que incluía la toma del agua del río Guadalaviar desde la acequia de la Peña, su elevación al depósito impulsada por la electricidad de la Teledinámica Turolense y su distribución por los hogares de Teruel. “El consistorio decidió que no solo hiciera las obras, sino también que su empresa se encargara de la gestión del servicio”, explican los autores.

La inauguración oficial se produjo el día 6 de enero de 1931, pero una vez instalada el agua era necesario crear su contrapartida, un moderno sistema de alcantarillado que evacuara eficientemente todas las aguas sucias de la ciudad. “Para eso se contrató al empresario zaragozano Bartolomé Núñez, que llevó a cabo los trabajos durante la segunda república”.

El prolijo, detallado y bien documentado estudio de Ana Ubé y Fernando Burillo concluye en 1951, año en el que se hizo necesario realizar un refuerzo del aporte de agua desde los manantiales de Caudé, ante el aumento de las necesidades de agua por parte de la población.

José Torán de la Rad

Los autores de Tras la memoria del agua quieren aprovechar la publicación de la obra para reivindicar la figura de José Torán de la Rad (Teruel, 1888-Teruel 1932), “un personaje hasta ahora prácticamente desconocido para la sociedad turolense más allá de la fuente que lleva su nombre”. A través de las páginas de la obra “muchos se verán sorprendidos por su inteligencia, su pasión por el arte y la cultura, pero lo que seguro más fascinará será el amor y el deseo de desarrollo que siempre manifestó por la ciudad que le vio nacer, con hechos no con palabras, y por la que no siempre fue correspondido”, aseguran Ubé y Burillo.

 Además de la traída de agua potable a Teruel, José Torán fue alcalde de la ciudad por un breve periodo de tiempo de algo más de un año, hasta la dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923-1930), promovió los periódicos La provincia (1921) y El Mañana (1928-1931), y proyectó y realizó  obras como la Central de Albentosa (1912), el actual Palacio de Marivent (1925) de Palma de Mallorca junto a Guillem Forteza, o la Escalinata (1920) y el Viaducto Viejo (1929) junto al gallego Fernando Hué.

Noticia y Foto: Diario de Teruel