Por Javier Ibáñez y Rubén Sáez

Hace mil años, las cuevas artificiales constituían el lugar de habitación más característico de las comunidades campesinas hispanomusulmanas asentadas en el curso inferior del río Alfambra. Decenas de estas cavidades, formando pequeñas agrupaciones, jalonaban ambas orillas del río Rojo (wadi al-Hamra), siendo más abundantes en la margen izquierda que en la derecha. Alguno de estos núcleos fue tan relevante que acabaron dando nombre a la aldea de repoblación aragonesa que se asentó junto al mismo; éste fue el caso de Cuevas Labradas, topónimo que proviene de uno de estos conjuntos de cavidades artificiales.

También hay interesantes ejemplos de este tipo de cuevas en otras zonas de la provincia, como las hoces del río Mijares, en la parte meridional de Rubielos de Mora. Incluso en la propia ciudad de Teruel, las Cuevas del Siete se podrían remontar a este periodo, según señaló en su momento Ángel Novella.

Buena parte de los asentamientos troglodíticos del Bajo Alfambra se encontraban al pie de las posiciones fortificadas que defendían el territorio y el importante camino que lo atravesaba; estas fortificaciones se ubicaban sobre espolones o cerros testigo de fácil defensa, y solían estar protegidas por fosos tallados en la roca, alguno de ellos de considerables dimensiones. Pero en algún caso, las propias cuevas tenían un carácter eminentemente defensivo, situándose en altura e incorporando aspilleras estratégicamente situadas.

Para que este peculiar sistema de poblamiento fuera posible, se necesitaba la existencia de escarpes rocosos en las laderas próximas a la vega, formados por rocas cuya dureza fuera lo suficientemente baja como para poder excavar salas y galerías con un pico de hierro; el nivel que las cubría debía ser coherente y estar poco fracturado, de forma que no se produjeran derrumbes o desprendimientos. Estas características las reúnen, en muchos puntos, los niveles del Mioceno Superior – Plioceno del Bajo Alfambra, formados por la alternancia de margas, calizas y yesos.

Pero estos asentamientos troglodíticos no fueron del agrado de los repobladores cristianos que, en las últimas décadas del siglo XII y en los primeros años del XIII, decidieron instalar su hogar en estas tierras. Por ello, y con independencia de que inicialmente pudieran llegar a habitarlas, pronto instalaron sus aldeas al aire libre, sobre suaves elevaciones situadas sobre las tierras de labor. Tras su abandono, las cuevas hispanomusulmanas pasaron a destinarse a otros fines, en función de su ubicación: las más cercanas al pueblo fueron usadas como bodegas y corrales de ganado; las más alejadas, como lugar de refugio o habitación temporal de pastores y su ganado. No obstante, algunas fueron reocupadas tiempo después como vivienda, generalmente adosando delante de las mismas un edificio.

Estas cuevas fueron frecuentemente utilizadas durante la Guerra Civil, ya fuera como refugio antiaéreo o como lugar de habitación de las familias que habían huido de sus casas o de los soldados que estaban defendiendo posiciones cercanas. Por ello, estas viejas cavidades, no sólo nos aportan información sobre las remotas comunidades hispanomusulmanas, que las excavaron y habitaron hace un milenio; también lo hacen sobre las gentes que, pese a residir en los actuales núcleos de población, las siguieron aprovechando para otros fines. Incluso están asociadas a las vivencias de nuestros abuelos, en los terribles días de 1936-39.

Se desconoce el nombre de la pequeña comunidad andalusí que estaba asentada hace novecientos años en la parte final de la barranquera en la que actualmente se encuentran los depósitos de agua de Villalba Baja. Ocupaba un conjunto de cuevas excavadas en calizas arcillosas del Turoliense (Mioceno Superior); la barranquera corría encajada a sus pies, dejando una franja elevada sobre el cauce, que servía de “calle” de acceso a las cuevas. A unos 200 metros de distancia, se encontraba la fértil vega del río Alfambra, cuyos cultivos se regaban gracias a una acequia que, posiblemente, partía de lo que ahora es el término municipal de Cuevas Labradas.

900 años

El sistema de cuevas no era tan extenso como el que ha llegado hasta nuestros días. Cada cueva debía estar formada por una sala principal, con acceso directo desde el exterior, y por dos o tres salas más reducidas, que se comunicaban con la principal. Por entonces, esas cuevas ya debían llevar habitadas más de un siglo.

El asentamiento se encontraba al pie de un cerro, en cuya cumbre había un pequeño castillo, construido con muros encofrados de piedra y mortero de yeso. Esta fortaleza estaba formada por una torre y, posiblemente, por un reducido recinto que aprovechaba el escalonamiento natural de la parte superior de la ladera. Además, había sido necesario excavar un foso para terminar de aislar el cerro de los salientes de la muela contigua.

La función de esta posición fortificada no solo era la de albergar a los habitantes de las cuevas en caso de peligro. También debía estar en relación con el importante camino que discurría a sus pies, que comunicaba Valencia con Zaragoza en nueve jornadas, pasando por Cutanda, según indica al-Idrisi (1099-1165). Posiblemente más de un siglo antes, este vial había relegado a un segundo plano al camino viejo camino que discurría por el Alto Jiloca.

En la primera quincena de junio de 1120, hace poco más de 900 años y dos meses, los habitantes de este asentamiento fueron testigos del tránsito de un poderoso ejército almorávide, que, procedente del valle del Guadalquivir, tenía como finalidad derrotar a Alfonso I de Aragón y reconquistar Zaragoza. Al ya de por sí importante contingente militar, se le habían sumado tropas de todo al-Ándalus, además de gran número de voluntarios, animados por el ulema al-Sadafi, que acompañaba a la expedición predicado la yihad (Guerra Santa). Es posible incluso, que algún habitante de este mismo asentamiento se sumase a la expedición. Pocos días después, el ejército almorávide fue totalmente destruido por El Batallador en los campos de Cutanda, pereciendo miles de sus componentes.

800 años

Los primeros repobladores cristianos se instalaron en Villalba Baja unos años después de que Alfonso II fundara la villa de Teruel (1177). Lo hicieron al lado del antiguo “villar” (nombre que se le solía dar a los antiguos asentamientos abandonados), excavado en la roca “alba” (blanca). Es posible que en un primer momento ocupasen las antiguas cuevas. Pero pronto construyeron una nueva aldea en una suave loma, a la salida de la barranquera.

Allí levantaron su iglesia, dedicada a San Miguel y documentada desde abril de 1212. Desgraciadamente, este antiguo templo, que durante casi quinientos años fue el centro de la vida comunitaria (hasta la construcción de la actual parroquial), fue inexplicablemente destruido hace doce años, privando para siempre al pueblo de una parte importante de su historia y de su patrimonio. Así como de un potencial recurso turístico-cultural.

Mejor suerte han corrido las cuevas; utilizadas secularmente como bodegas, corrales o como la parte posterior de alguna casa, los nuevos usos conllevaron transformaciones y ampliaciones, creándose una amplia red de estancias y corredores. Estas fueron también utilizadas como refugio antiaéreo durante la Guerra Civil, instalando en el Castillo una posición de ametralladora y un pequeño puesto de vigilancia.

Camino de los Almorávides

Hoy en día, el conjunto formado por la densa e intrincada red de salas y galerías subterráneas y la pequeña fortaleza, constituye un importante recurso turístico-cultural, ligado tanto a la Ruta Camino de los Almorávides, como al aprovechamiento tradicional de las cuevas artificiales en el Alfambra y a los escenarios bélicos de la Guerra Civil.

La pedanía quiere que sirvan como revulsivo turístico (Por Mari Cruz Aguilar)

No salen en Google maps y para llegar a ellas la única forma es con la compañía de un lugareño. Pero la alcaldesa pedánea, Belén Sandalinas, se ha marcado como objetivo que eso cambie y las cuevas moras, como las llama mucha gente del pueblo, sean un foco de tracción para el turismo.

Para ello comenzó las gestiones hace 9 meses, justo cuando inició su andadura como alcaldesa de Villalba Baja, que es una pedanía de la capital turolense. Se puso en contacto con el Ayuntamiento de Teruel y también con responsables de Patrimonio del Gobierno de Aragón y con expertos en arqueología y castillos.

Todo el mundo de la localidad las conoce y hay ancianos que incluso han pasado muchas horas de su vida allí puesto que sirvieron de refugio durante la guerra civil española. “Hay mucha gente que cree que se excavaron durante la guerra civil, pero lo cierto es que se usaron entonces como protección, pero ya llevaban muchos años abiertas”, relata la responsable municipal.

Poca inversión

Lo más interesante de las cuevas es que están en perfecto estado y la inversión que se necesita para ponerlas en valor ronda los 3.000 o 4.000 euros, una cifra a la que Villalba Baja no puede hacer frente porque no tiene Ayuntamiento propio pero la alcaldesa confía en contar con ayudas ya que el presupuesto no es muy elevado.

Belén Sandalinas comentó que hay en total unas 5 cuevas y que algunas de ellas están unidas y se comunican entre sí. Además, todas están en muy buen estado de conservación y las actuaciones que son necesarias para su puesta en valor son una limpieza y la señalización para poder llegar a ellas.  En alguna habría que habilitar la rampa de acceso y colocar una valla de protección, mientras que en otras la única actuación necesaria sería la limpieza.

Sandalinas manifestó que hay un gran desconocimiento en el propio municipio pese a que quedan restos del castillo y, según le ha comentado el arqueólogo Javier Ibáñez, podría albergar restos interesantes ya que fue testigo del paso del ejército almorávide hacia Cutanda, donde libró una gran batalla frente a las tropas aragonesas. Sandalinas especificó que hay testimonios documentales que hablan de esta fortaleza islámica. Además, comentó que en el interior de las oquedades se han conservado inscripciones, muchas de ellas de la guerra civil y otras de periodos anteriores.

Noticia y Foto: Diario de Teruel